La mañana empezó como cualquier otra, excepto
por el nudo que se anidaba en mi garganta,
el tiempo trascurría como Cronos lo había programado,
la salida del sol y la brisa que lenta descendía sobre mi entraña,
era un lento amanecer acostumbrado, excepto por el barrunto
de tormenta que el cielo anunciaba, el calor era intenso, mi mente
como siempre atrapada en tu regazo, acurrucada, inmersa en ese
vientre muchas veces soñado para parir nuestros sueños, nada se parecía
al día en que de almizcle vestido te conocí y que con la suave dulzura de tus besos
me decías, te acepto para todos los días de mi vida. No, no fue un día común. Un
silencio enmarañado de distancia presentía el adiós ineludible, que se da tras la derrota.
Ares, lloraba inconsolable por la encarnizada despedida,
las palabras atribuladas se apilaban en mi angustia. En ese momento, comprendí, amor
que estoy perdido sin ti, que te amo por sobre todo, que te amo y punto, sin más,
¡Te amo!
Mi pequeña niña, la que hace latir mi corazón desesperado.
Nada será igual desde este día, más allá del sol y las estrellas,
más allá de la razón...solo te amo, esta es
mi arma para pelear por nuestra felicidad.
Fausto
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